Here are just a few examples of my work.
Published in the book "La luz de una llama"
Cogí el autobús por primera vez en mucho tiempo. Me habían quitado el carné por una tontería, pero algún idiota decidió que mis aptitudes ya no eran tan buenas como para conducir, así que me vi obligado a montar en este cacharro para moverme por la ciudad.
El primer día que monté, después de ver a mis nietos y yendo ya en dirección a mi casa, te vi por primera vez. Iba yo agarrado de uno de esos tubos mugrientos con olor a óxido, mirando por la ventana para intentar no pensar en quién había dejado antes su sudor ahí, cuando pasé por la plaza. Era grande, había bastante sombra a esa hora, y casi todo lo que había alrededor eran restaurantes en los que nunca había comido. Vi ratas volando, niños jugando y padres distraídos. Y ahí estabas en mitad de la plaza, de pie, observando, con tus ropas oscuras y tu mirada sombría. Creo que me miraste. Parecías no estar haciendo nada, así que no me habría fijado si no fuese por eso. Tu mirada fría y tu quietud me pusieron el vello de punta. A mí, un soldado condecorado que no le tenía miedo a nada, le bastó una simple mirada de un desconocido para sentir un escalofrío.
Aunque no pensé mucho en ello, la verdad.
Dos días después volví a visitar a mis nietos. Reconozco que llegué de mal humor, ya que durante el viaje una mujercilla quiso cederme el asiento. «Estoy seguro de que usted lo necesita más que yo», le dije después de mirarle la tripa. No la miré a la cara, pero supongo que no reflejaría nada bueno, ya que después lo pensé y encontré raro que una embarazada me quisiera ceder el asiento. Creo que la llamé gorda sin darme cuenta. «Ella prácticamente me ha llamado inválido, así que estamos en paz», pensé yo. Y me quedé tan tranquilo.
Cuando llegué a casa de mi hijo él estaba liado con sus cosas de abogado, como siempre, así que me puse a jugar con mis nietos. Ellos me dieron un libro grandote para que se lo leyera, un cuento absurdo con unas letras muy pequeñas y unos colores muy chillones. En lugar de leerlo, miraba los dibujos y me iba inventando la historia. Ellos se quejaron porque el cuento no era así, pero yo les dije que mi versión era mejor. Y lo era, para qué nos vamos a engañar.
— ¿Has ido adónde te dije? —me preguntó mi hijo cuando sacó un rato para su padre.
— No, perdí el folleto —contesté.
Tras una pequeña discusión sin importancia, decidí marcharme para no empeorar las cosas. Dicen que dos no se pelean si uno no quiere, pero eso no siempre es cierto, y sabiendo lo cabezón que es mi hijo preferí largarme antes de que se pusiera pesado. ¡Qué manía con decirme lo que tengo que hacer! Si cree saber cómo es la vida ya se dará cuenta de su error cuando llegue a mi edad.
De vuelta a casa, cuando el autobús pasó de nuevo por la plaza, volví a verte. Seguías allí, en el mismo lugar y casi a la misma hora que el otro día. De pie, en mitad de la plaza, observando. Volvías a vestir ropas oscuras y tu mirada parecía igual de gélida. La gente pasaba y los niños jugaban a tu alrededor, como si no pudieran verte. Pero yo te veía, y juraría que tú me veías a mí, porque tuve la sensación de que volvías a mirarme. Estuve tentado de bajarme del autobús e ir hacia ti. ¿Y si planeabas hacer algo malo? No sé, tenía el presentimiento de que algo no iba bien, y mi instinto es infalible. De todas formas, absorto en mis pensamientos, se me pasó la parada, así que lo dejé estar. Pero me juré a mí mismo que si volvía a verte no lo pensaría dos veces e iría hacia ti.
Pasé el fin de semana solo en casa, así que tuve mucho tiempo libre. Me acordé de ti alguna vez y me preguntaba qué hacías allí, pero enseguida me ponía a pensar en otra cosa. Mi hijo no me llamó ni una sola vez, supuse que estaría demasiado ocupado para su padre. Lo llamé el domingo y me dijo que me había llamado un par de veces pero que no habría oído el teléfono. Vaya excusa.
El lunes fui a su casa de nuevo para verle a él y a mis nietos, y durante el viaje me acordé de ti. ¿Volvería a verte? La tartana con olor a óxido sólo pasaba por la plaza a la vuelta, así que tendría que esperar. Además, así pasaría aproximadamente a la misma hora de siempre, y sería más probable que estuvieras allí.
Cuando llegué a la parada bajé y caminé hacia la casa de mi hijo. Estaba cerca, pero por el camino me dio tiempo a tropezarme y darme un buen golpe contra el suelo. Había un… bolardo de esos, de hormigón, duro como el demonio y puesto en el peor lugar posible. ¿Cómo iba a verlo? Unos chicos se pararon a ayudarme, un gesto que les agradecí pero que me pareció totalmente innecesario. Yo podía levantarme solo, y seguro que luego se fueron riéndose. La juventud de hoy en día no tiene ningún respeto, es lo que pasa por no obligarles a cumplir el servicio militar.
Llegué a casa de mi hijo un poco dolorido. Con el golpe se me había hinchado un poco la mano derecha y él lo vio enseguida. Me dijo que tenía que tener más cuidado y me soltó de nuevo toda la palabrería de siempre.
— Otra vez en el mismo sitio —me dijo enfadado. —Por lo menos esta vez ibas andando.
Yo le dije que si viniera él a verme alguna vez igual no me habría pasado nada.
— Papá, tengo que cuidar a los niños, y gracias a ti tengo más trabajo que nunca y no tengo coche.
Discutimos, empezó a echarme cosas en cara, a decirme que era un irresponsable, que no me dejo ayudar, que quiere lo mejor para mí, y un montón de cosas que me parecieron tonterías para autoengañarse, y como no quería discutir delante de mis nietos me largué, reconozco que muy enfadado.
Iba en el autobús, que olía más a sudor que nunca, mirando por la ventana, rabioso y apretando el tubo oxidado con mi cada vez más grande y dolorida mano derecha, y sinceramente, no me acordé de ti. Pasé tan rápido por la plaza que casi se me olvida mirar, pero lo hice, creo que inconscientemente. Era bastante más temprano que de costumbre, por lo que el sol estaba más arriba y caía con fuerza, pero volvías a estar allí, de pie en mitad de la plaza, mirándome. Creo que mi estado de ánimo me hizo pensar en lo peor posible, porque incluso imaginé que estabas preparando un secuestro, un asesinato o incluso un ataque terrorista, yo qué sé. Entiéndeme, es lo que he vivido durante toda mi vida militar y me tendrás que reconocer que eras un poco sospechoso.
Así que, paranoico y enfadado como estaba, pulsé el botón para que parara el autobús y bajé tan rápido como pude. Caminé hacia atrás unos metros y enseguida estaba entrando en la plaza. Estabas ahí parado y pensaba asaltarte, pedirte una explicación. A mi paso las ratas echaron a volar y el sol me cegó. Te perdí de vista durante unos segundos, pero cuando mis ojos se recuperaron y volví a verte estabas a tan solo dos pasos de mí. Con tus ropajes antiguos y oscuros y tu mirada fría y distante, con tu extraño gorro y tu cara cuadrada.
Me quedé petrificado bajo el sol y por un momento parecimos iguales. Vi la inscripción a tus pies y enseguida resonó en mi mente.
«Si no se modera tu orgullo, él será tu mayor castigo».
Como si estuviera respondiendo a aquella frase, me llevé la mano izquierda al bolsillo y abrí la tapa del teléfono. Me acerqué la pantalla a los ojos para ver mejor y vi dos llamadas perdidas del fin de semana. De mi hijo, ya ves, sí que me llamó. Supongo que… no lo oiría. Guardé el teléfono y busqué en el bolsillo derecho el folleto que me dio y que “había perdido”.
Y aquí llevo un rato, hablándote con él en la mano. Trata sobre una campaña oftalmológica para la tercera edad. No sé, parece interesante, creo. Qué demonios, estoy hablando contigo, claro que me interesa.
Puf, hace un calor de muerte. Al menos ya sé que tu nombre es Dante y tú sabes por qué he venido a verte. Aunque quien me vea hablar contigo pensará que soy un viejo loco.
Creo que voy a volver a casa de mi hijo a pedirle perdón. Y también a la mujer rechoncha del autobús.
Published in the book "Microrrelatos LIBRIPEDIA"
Pasé cien años de soledad, y volví en busca del tiempo perdido. Fui principito primero, y me convertí en ingenioso hidalgo después. En los tiempos del cólera, pasé mil y una noches oliendo el perfume de una ladrona de libros. Conocí el nombre de la rosa, el del viento, y a todas las hadas del reino. No viví nada de aquello, mas fue mi vida. No fui ninguno de ellos, pero los fui todos.
Published in the book "Inspiraciones nocturnas"
Te sientas, sintiendo el abrazo de la noche, ante una página nueva.
El silencio te habla, y el folio en blanco te hace sentir tu inspiración creciente.
Casi sin darte cuenta, la oscuridad que te rodea completa tu alma, la llena.
Y entonces comienzas, con tu musa presente y sintiendo el miedo menguante.
Tal es el poder de la noche.
Published in the book "Microterrores"
–Te quiero –susurró su mujer al otro lado del teléfono–. Estoy llegando. Deja la puerta abierta, tengo muchas ganas de verte –rogó antes de colgar.
Él se quedó allí, observando el teléfono y esperando, consternado. Minutos después sonó el timbre. No había abierto la puerta. Miró la estantería en la que estaba la urna con las cenizas de su difunta esposa. El timbre volvió a sonar.
Published in the book "Breves heroicidades"
Caminaba a oscuras por un lugar que no conocía, solo, muerto de frío y de hambre. Vi dos luces que venían hacia mi a toda velocidad, rugiendo. Sentí miedo. Pero entonces llegó él, saltó hacia mí y me cogió antes de que las luces me golpearan. Yo era muy pequeño y no recuerdo mucho más. Llovía. Lo sé porque sentía mis patitas mojadas. Pero desde entonces vivo con él. Mi héroe.